Entre todas las herramientas de un artista, hay una que es puerta y espejo: el cuaderno de bocetos, no es solo un objeto, es un territorio donde las ideas respiran, donde el error se convierte en maestro y donde la mano aprende a escuchar al alma.
Durante años creí que un sketchbook debía ser una galería de pequeñas obras perfectas y por eso lo abandonaba una y otra vez, frustrada ante su blancura, pero un día comprendí que el cuaderno no estaba esperando mi perfección, sino mi presencia.
Desde entonces, lo trato como un altar íntimo, un espacio donde puedo manchar, tachar, probar, fallar, insistir, un espacio donde el trazo no busca aprobación, sino autenticidad.
Elige un cuaderno que no te intimide, que sea sencillo, de hojas generosas y tacto amable, uno que puedas llevar contigo, como se lleva una libreta de sueños y sobre todo, permítete equivocarte, no arranques las páginas, en ellas habita tu evolución, cada error guarda una enseñanza, cada línea torpe anuncia un despertar.
Haz del dibujo un rito cotidiano: un momento del día para volver a ti, no importa si tienes solo diez minutos o una hora; lo que importa es el vínculo, dibuja lo que ves, lo que sientes, lo que te llama, dibuja lo que aún no sabes cómo nombrar.
Combina materiales, cambia escalas, juega con los colores imposibles. Pregúntate siempre: ¿qué pasaría si…? Esa pregunta es la semilla de toda creación.
Con el tiempo descubrirás que el cuaderno se vuelve un mapa: el registro silencioso de tu transformación, allí aprenderás a verte, a reconocerte, a confiar en la línea que te guía.
Porque el sketchbook, cuando se habita con alma, deja de ser un simple cuaderno: se convierte en tu diario de evolución artística, un espejo que te devuelve, día tras día, la forma de tu propia voz.
La que sangra rosas (Lanzamiento oficial Amar Duque – 11.11.2025)
noviembre 11, 2025
El arte como misión y canal sagrado
noviembre 3, 2025
La naturaleza como espejo del universo
noviembre 3, 2025




